Cuando uno está en su casa, se siente a gusto, feliz, relajado y se muestra tal como es, por eso en el cole estamos igual de a gusto que en nuestra casa. Nadie deja de estarlo por ser diferente, eso es lo bonito de esta familia. Cada uno tenemos diferentes talentos, formas diferentes de hablar o de color, distintas capacidades o diferentes formas de relacionarnos, pero al estar juntos, formamos un gran equipo.
Si queremos hacer que el mundo sea un poquito mejor, no sólo basta con hacer las cosas bien y disfrutar de las cosas bonitas que nos pasen; también es muy importante que estemos atentos a los demás. Y por eso, ayer, como preámbulo a la celebración hoy del Día Montagne, tuvieron lugar en todos los colegios maristas de Compostela la actividad de «hermanamiento» en el que mayores y pequeños compartieron la experiencia de estar en casa.
Del mismo modo ocurre en nuestras casas, con nuestras familias, nos ayudamos y somos luz, apoyo, guía según qué momentos o circunstancias. Así fue también Marcelino para Montagne y el joven Montagne para él:
«Era 28 de octubre de 1816 en Palais, Francia. un adolescente de 17 años, Juan Bautista Montagne, estaba en cama, gravemente enfermo a punto de morir. El vicario de La Valla en Gier, Marcelino Champagnat, había sido llamado para asistir al chico. Marcelino recibió una sorpresa al descubrir que el joven no contaba con ningún tipo de información acerca de Dios y la religión cristiana, el joven pedía desesperado la ayuda de Marcelino.
Marcelino gravemente conmovido le ayudó en todo lo que pudo, le habló de ese Ser Supremo que lo recibiría con gran amor porque era su Padre. Y de María, que era su madre…
Después de que el joven Montagne falleció, Marcelino emprendió el camino de regreso a la parroquia, bastante alejada de la casa del Palais. De camino, Marcelino no paraba de sentir una gran angustia que lo acosó enormemente, pensaba en cuántos jóvenes como Montagne desconocían a Dios y su palabra»