Cuando el confinamiento comenzó, no sabíamos muy bien qué iba a suceder. La duda y el miedo se apoderaba de nuestras vidas… todo cambió en cuestión de horas y nuestra vida, tal y como la conocíamos, dio un giro de 180 grados, sin otra opción a nuestra disposición. Los niños en casa, teletrabajo (si era viable), sin poder salir a la calle, servicios mínimos, consultas médicas suspendidas, familiares enfermos… y un sinfín de alteraciones añadidas.
Esta situación ha hecho florecer lo mejor de cada uno de nosotros, conectamos con lo más profundo de nuestro SER para encontrarnos con nuestra esencia, es importante dejarnos sentir, poner nombre a los sentimientos (nos gusten o no) y buscar el por qué. No para quedarnos inmersos en ellos, sino para acoger lo que nos ocurre y permitirnos expresar de alguna forma lo que llevamos dentro. Es un momento de aprendizaje, para estar con nosotros mismos y conocernos mejor. Cuando todo esto ocurre, nuestra vida cambia, comprendemos mejor las situaciones de los demás sin juzgar, nos convertimos en mejores personas y podemos ayudar a los que tenemos alrededor, ¿no es genial?
Nuestra rutina diaria como maestros, nos ha permitido pensar en esas situaciones especiales relacionadas con la vulnerabilidad de la infancia, ¿cómo estos niños pueden aprender con todo lo que esconden en su mochila? Ahora estoy segura de que podemos entender mejor ese sufrimiento, así como sus formas de actuar.
El tiempo ha ido pasando y nos hemos ido acostumbrando, más o menos, a esta nueva realidad, vamos viendo la luz al final del camino. Si me permitís hacer referencia al relato “Acordaos”, S. Marcelino y el H. Estanislao quedaron atrapados en medio de una gran tormenta de nieve. Desfallecidos y exhaustos, ambos se encomendaron a María y rezaron el “Acordaos”. Poco más tarde, divisaron la luz de un farol de un granjero, que los salvaguardó. Nosotros estamos viendo esa luz, con la que nos sentimos acogidos y cuidados por Dios. Nuestra FE nos hace continuar y sentirnos queridos, porque Él nos acompaña siempre.
En esta etapa, hemos aprendido a valorar todo lo que teníamos y, con toda seguridad, volveremos a disfrutar de esas pequeñas cosas y detalles que hoy anhelamos, con mayor intensidad si cabe.
Esto terminará y cuando llegue ese día, conseguiremos ser la mejor versión de nosotros mismos.
Susana Varas
Equipo de Protección a la Infancia