“Todos vosotros sois mis hermanos” (Mt 23,8)
Sentarnos en una misma mesa a compartir lo que para nosotros es nuestro estilo de vida es una regalo que anima a seguir caminando.
Sabemos que tenemos un lugar al cual hemos sido llamados y hemos respondido, a un lugar donde podemos crecer, amar y ser amados en la familia que Dios nos ha dado. Una familia comprometida con el mundo que nos rodea y en el cual nos ha tocado vivir. El cariño, el vivir en harmonía, el cuidarnos unos de otros…desde ahí estamos profundamente invitados a construir hogares de luz.
Caminando se hace camino y seguiremos encontrando compañeros maravillosos con los cuales compartirlo, que alentarán en cada uno de los pasos.
La fraternidad como don regalado por Dios, desde la experiencia profunda e íntima de lo más esencial de nuestras vidas compartida también en comunidad. La vida Marista, la vida consagrada sigue teniendo sentido desde la escucha, la oración, la contemplación y acción en este mundo herido. Cada uno de nosotros, somos una auténtica experiencia fraterna vivida en comunidad y nos vamos haciendo a nosotros mismos desde esta experiencia. Y quizá, cabe pensar que nos vamos haciendo signo de apertura de una Iglesia para todos, una Iglesia que acoge desde lo singular de cada uno, en una sola familia global.
Y nuestros pasos se hacen de esto, de un contagio de alegría y sentido entre todos, acogiendo las luces y sombras, las certezas y titubeos, pero siempre conscientes de que lo hacemos en el seno de una familia que acompaña, alienta y ama.