Moito obrigada. Esas dos palabras son las que mejor resumen mi experiencia de voluntariado en Portugal. No puedo empezar mi relato de otra forma que no sea dando las gracias; al personal de la Fundaçao Champagnat por gestionar la estancia, a la Comunidad Marista de Carcavelos por acogerme amablemente, a los educadores y educadoras de los distintos centros que visité y por supuesto, a todos los niños y niñas que compartieron conmigo ratitos de su tiempo. Fue un auténtico privilegio poder acompañarlos en una semana tan especial, repleta de actividades, antes de “ferias”.
En la ludoteca da Adroana, pasé dos días inolvidables pintando con los más pequeños y jugando al futbolín y juegos de mesa con los mayores. Una de las cosas más fascinantes fue observar como niños y niñas de edades tan distintas compartían tranquilamente el espacio. Las más pequeñas me hicieron trencitas, me dieron clases de portugués y monopatín y me regalaron dibujos dedicados. Con los adolescentes, tuve la oportunidad de compartir un “jantar” en el que intercambiar sonrisas y conocer sus gustos musicales.
De la Casa das Crianças de Tires, tengo un recuerdo imborrable. Nada más llegar, uno de los niños me cogió de la mano para enseñarme los lugares de la finca en los que había nidos de pájaros u otros animales. Luego, nos fuimos a pintar juntos y los acompañé mientras tomaban el “lunch”; todos querían que me sentase a su lado, a pesar de que dos horas antes, no me conocían. Algunos corrían hacia mí para que los llevase al caballito; otros, se acercaban despacio para darme un abrazo espontáneo.
A los niños y niñas de la ecoludoteca de Cabeço de Mouro, que me enseñaron a jugar al “Uno”, los pude acompañar en su excursión fin de curso, a una maravillosa “quinta” donde hicimos de todo: saltar en cama elástica, bañarnos en la piscina, peinar a los caballos, alimentar a los cabritos… De ese día, me quedo con las caras de ilusión de los niños al ver los animales, con la algarabía en la piscina y con las lágrimas en sus ojos al despedirse de las educadoras por vacaciones.
Si algo tienen en común las obras Maristas, es la calurosa acogida de sus visitantes. En todo momento, me hicieron sentir como una más de la familia. Gracias a esta experiencia, pude comprobar que la máxima “para educar, hay que amar”, cobra aún más sentido en la educación en el tiempo libre, donde las relaciones entre educadores y educandos son si cabe más cercanas. Como educadora, participar en los Campos de Trabajo y Misión Marista, me ha permitido conocer nuevas realidades educativas; como persona, ha contribuido a seguir creyendo en la bondad de las personas. GRACIAS.
Eva Cabanelas