Si tuviera que resumir la experiencia de Guatemala en pocas palabras, me quedaría con: Una aventura de Fraternidad.
Porque es una auténtica aventura juntar 20 personas de distintas nacionalidades y pretender que se entiendan y compartan durante meses el sentido de sus vidas, su vocación. Allí, llamados a un mismo lugar, tuvimos la oportunidad de hacernos un hogar de luz ayudándonos a redescubrir, unos con los otros, aquello que nos mueve a ser hermanos.
A lo largo de las semanas, compartimos diversas experiencias que se tornaron invitación a bucear en nuestro interior, a encontrarnos con nuestro manantial y contemplar los dones y agua viva que de ahí emanan. Mirar hacia dentro de nosotros mismos con profundo respeto y amor para, poco a poco, poder compartir, conocer y contemplar cada corazón que componíamos la comunidad.
Contemplar y conocer. Es decir, aprender a disfrutar del Aquí y Ahora con las personas que nos regala cada experiencia y momento. Una experiencia comunitaria en que tuvimos que aprender a encontrar puntos en común y desde los cuales construir puentes y lazos entre nosotros; a sabernos hermanos aún con nuestras diferencias y que estábamos en Casa. Tomar consciencia de que cada uno de los que allí nos encontrábamos estábamos llamados a ser hermanos e Hijos Amados de Dios que es todo Amor, a pesar de que nos expresáramos de distinta forma o que tuviéramos distintas perspectivas u horizontes para nuestra vida Marista.
Por otro lado, todo este tiempo se hizo un camino personal de búsqueda de sentido, discernimiento y soledad. Viví como regalo el hecho de parar y poder dedicar tiempos a mirar desde el corazón, con serenidad y paz, todo lo vivido en estos últimos años. Pero, también, el hecho de alejarme de las rutinas, poner un océano por el medio y compartir solamente un tercio del día con “mi mundo conocido” me hizo sentir profunda saudade y tomar consciencia de lo esencial, de las raíces que han ido creciendo, dando vida y dotando de sentido mis pasos.
Al mismo tiempo que todo esto, no puedo olvidar la amistad que ha ido creciendo entre los hermanos, el sentido de humor y lo difícil que es hablar español o portugués cuando todo puede tener un segundo (tercero, cuarto, quinto…) sentido al encontrarnos gente de muchos lugares.
Tampoco puedo olvidar que esta experiencia fue vivida en medio de un acontecimiento que trastocó a todos. Fue una oportunidad de darnos cuenta de que nuestras agendas, calendarios y posibles experiencias están conectados más allá de nuestros propios planes. Sino que, más bien, todo está conectado en un complejo rompecabezas que, precisamente por ello, reafirma la convicción de que no estamos solos. No podemos vivir solos. A pesar de la crisis y todo el dolor que esto ha causado, estas semanas extra en Guatemala me permitieron seguir tomando contacto con mis debilidades y fortalezas, apegos y libertad, hondura y superficialidad, pero, sobre todo, a aprender a aceptar y acoger el Aquí y Ahora que me es regalado.
En este regreso a casa, con todo lo vivido y experimentado, solo deseo que algo haya madurado y crecido en mí. Que pueda estar presente, en la realidad con que me encuentro, cada vez más desde el corazón de una forma más honda y atenta.
H. Rui Pires